sábado, 10 de febrero de 2018

Music Has No Limits: Puccini se calza las Dr. Martens



*Esta crónica apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/music-no-limits-madrid-puccini-dr-martens/

El arte, la creación, la música y la literatura, se han dado cuenta, como disciplinas integradoras que son del saber humano, de que afrontan tiempos nuevos. Unos tiempos nuevos en donde el mundo es una mezcla enriquecedora de corrientes y culturas, de saberes y conocimientos que aportan sus virtudes unos a otros, que suman, y que en ninguno de los casos se restan o se anulan. Estos momentos de hibridismo cultural, porque de hibridismo se trata, de mezclar los aportes inteligentes, son una característica determinante de nuestra época. Y por mucho que algunos pretendan aislarse, excluirse o excluirnos, lo cierto es que la fusión es un síntoma del florecimiento de saberes. El espectáculo de Music Has No Limits que pudimos presenciar en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía es un ejemplo deslumbrante de todo esto: al igual que ocurre en la literatura, hay que entender la música como una conversación descomunal entre autores y partituras, entre canciones y composiciones. Solo de esa forma podemos asistir al asombro de ver mezclado de una manera impactante, y plena de calidad, un aria de Puccini con una canción de Guns N´ Roses, y comprenderlo perfectamente. Porque el hibridismo es la voluntad de comprensión del otro, integración y riqueza cultural. Y de eso, de comprensión, de integración, también de asombro y de espectáculo, los diez músicos sobre el escenario de Music Has No Limits saben mucho. Muchísimo.

No sería descabellado pensar que, al menos en espíritu, las presencias de PucciniMozartBeethoven o Bach, muy bien podrían haberse encontrado sentadas en las butacas de una maravillosa fila ceromusical del teatro: Puccini por el aria introductoria del espectáculo, esa máquina de poner el vello de punta que es O mio bambino caroMozart por la sólida presencia del violín eléctrico como un corazón que bombea notas al resto del show; Beethoven por la calidez del piano insistente y alegre; Bach por ese violoncelo eléctrico y futurista que derramaba dulzura.

Pero un momento… En esa fila cero también se codean, con esos genios clásicos, músicos de la talla de Angus Young y Slash —por la telúrica guitarra de fuego sobre el escenario—, Flea —por ese bajista potente—, Phil Collins —por ese batería voluntarioso y contundente— y Coltrane o Stan Getz —por el saxo inquieto, juguetón e imparable en sus cascadas de sonidos—. Y aún queda sitio para acomodar a Maria CallasAlicia Keys Anastacia, por las tres mujeres cantantes que sobre las tablas sostienen nuestro asombro colgado de sus privilegiadas gargantas.
Diez artistas para un recorrido que atraviesa conceptos musicales, que los mezcla y los reformula. Un crossover que aglutina riffs de rock duro, música disco e incluso house, tonalidades funk y maderas clásicas. Una propuesta de alta coctelería, compuesta de la potencia de las cuerdas, de la dulzura de las voces, y el punch final de la música rock. Un bebedizo que fue servido hirviendo, burbujeante y espumoso, para enaltecer la sangre de los presentes, entusiasmados con los efectos secundarios de la pócima.
Ya desde el comienzo, con ese Puccini mezclado (que no agitado) con el Sweet Child Of Mine de Guns N´ Roses, se marcaba la dirección del espectáculo. Después, otra emulsión de elevada graduación, Smeels Like Teen Spirt de Nirvana emboscada en las teclas del piano, o el Smooth Criminal de Michael Jackson en su reencarnación más poderosa y rockera.

Así, los músicos de Music Has No Limits iban pespunteando el concierto, sumando temas a una especie de partitura infinita tan entretenida como fogosa: allí apareció el Sweet Dreams de Eurythmics en su versión de Marilyn Manson, el Bohemian Rhapsody de Queen, los golpetazos discotequeros de David Guetta y Martin Garrix… Recopilar todas las canciones que aparecen en las dos horas de espectáculoes casi imposible. Y son de una variedad impactante.
Entre las melodías que se pueden distinguir, o recordar de este cuadro picassiano musical, pleno de colores y tonalidades, encontramos a Robbie Williams y Bruno Mars, a U2 y Linkin Park, incluso a Boney M, junto a canciones como Eye Of The Tiger de Survivor Hymn de Ultravox. Y más: Bad Romance de Lady Gaga, un recuerdo a 007, la Conga de Miami Sound MachineWoman del Callao de Juan Luis Guera y 4.40… O canciones discotequeras revienta pistas que por unos momentos convirtieron el teatro en una rave de láseres y neón.

Supongo a esos integrantes de la fila cero prorrumpiendo en aplausos, como el resto del público, producto del entusiasmo que se desencadena ante el pasmo. El corazón se emociona y remansa con las arias de ópera, para después acelerarse con las piezas rápidas de rock y, un poco más adelante, agitarse al ritmo de la música de baile. El show va rindiendo sus propios tributos a todos los géneros, destinando una puesta en escena creada para cada registro. Se conforma así esa gigantesca playlist de temas eternos, en donde se guarda respeto y admiración por sus autores e intérpretes, a la par que se reelaboran para servirlas en nuevas encarnaciones.

Es un homenaje a la música, o a las músicas, en plural, que han conformado y conforman nuestras vidas. Es un guiño al pinchadiscos convertido ahora en disk jockey o Dj, a la radio fórmula transformada en podcast, al vinilo avasallado por el mp3, al giradiscos devorado por el ipod y a las selecciones musicales grabadas en casete que dejaron su lugar a las playlist del Spotify.
La montaña rusa, o carrusel, o cualquier efecto vaivén que se desee, se afirma fuertemente en la imponente presencia de las tres voces femeninas, que se reparten y tienen muy bien diferenciados sus cometidos: lírico, rock y funk-soul. Desde ellas, las combinaciones son tantas como infinitas: voz lírica con guitarra española, voz funk-soul con violines, voz rockera con house…, o las tres a la vez, unas junto a otras, para el cierre espectacular del evento.
Como en aquellos míticos conciertos de los Ramones, aquí tampoco hay mucho tiempo para el reposo y las canciones, o más bien podría asegurar que las performances, se suceden a un ritmo frenético. En efecto, contemplados con un estilismo futurista, cada pieza es una performance que posee su coreografía propia, su discurso individual y su forma de ser acometida. Está cuidado hasta el más mínimo detalle, pero eso no resta calidez ni humanidad a las interpretaciones.

Humanidad que se desborda cuando los músicos, desbocados, deciden pasearse por el pasillo de butacas mientras tocan sus instrumentos. Escenifican, así, lo que han venido realizando durante el par de horas de espectáculo: traer la música al público, acercarla a la gente, hurgar en los lugares más recónditos de sus memorias para desencadenar recuerdos, resucitar alegrías, emocionar sentimientos, desenterrar anhelos, retornar al pasado, sentirse felices.
Por ese pasillo de butaca irrumpió, casi al principio, el saxofonista, portando la música como un torrente. Ahora, todo el grupo, completa ese cierre circular mezclándose con el público, ofreciendo su talento. Diciendo un “tomad, es vuestro”, derramando esos sonidos desde las cornucopias de sus instrumentos, que nosotros recogemos entre las manos.
Habrá más noches de Music Has No Limts en Madrid, y luego se expandirá por el resto de España. Su mensaje de fusión integradora es un mensaje de futuro, de optimismo y de alegría. Ellos entienden que recordar es amar, que rememorar es honrar, que combinar las diferentes músicas es exactamente lo que necesitan estos tiempos tan faltos, a veces, de melodías que ayuden a la conciliación.

Estos diez músicos no nos han traído un mensaje de futuro, ni de pasado, ni de actualidad, porque lo que nos han dejado es una inspiración, el convencimiento de una declaración tan atemporal como universal y que hacen que sea muy merecido su nombre: la música no tiene límites.
Porque no hay límites para soñar, experimentar nuevas propuestas, alimentarse de la riqueza cultural ofrecida por los demás y descubrir, detrás de todo eso, que las dos horas de felicidad del show de Music Has no Limits pueden prolongarse mucho más allá en nuestras vidas, justo cuando ya nos recibe la Gran Vía y la ingrata ciudad, en una noche de extrañas tonalidades arco iris que son producto de esa cajita de música que acaba de abrirse en nuestros corazones.

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